El cultivo del viñedo siempre se ha caracterizado por considerarse un cultivo rústico, adaptado a condiciones de clima mediterráneo con escasas precipitaciones. La capacidad de su sistema radicular de profundizar a grandes distancias y unas producciones no muy exigentes han permitido a este cultivo sobrevivir en condiciones muy limitantes para el resto de cultivos. No obstante, estas características propias del cultivo no limitan que el empleo adecuado de riego redunde en una mejora de la productividad y/o la calidad de la uva, si bien es importante conocer el efecto del agua en cada momento del ciclo para asegurar una disponibilidad de agua en el cultivo acorde al objetivo buscado por quien produce.