En septiembre de 1919, en la Asamblea Nacional de Viticultura celebrada en Pamplona, entre otras resoluciones, se tomó la decisión de llevar a cabo el proyecto: “Nuevos portainjertos y viníferas en Navarra”. Fue Ampelos (pseudónimo con el que firmaba sus publicaciones el enólogo navarro Apolinar Azanza) el encargado de defender y justificar en ese foro la creación metódica de nuevas variedades a partir de las comúnmente cultivadas en Navarra, con la idea de “corregir o atenuar los defectos de fructificación de algunas viníferas injertadas sobre determinados patrones; por ejemplo, la Garnacha sobre el Rupestris de Lot, y utilizar, de paso, las ventajas generales reconocidas del mestizaje”.
El desarrollo de esta innovadora investigación se centró en el cruzamiento de viníferas con la Garnacha tinta como factor común de muchas de ellas. No se hicieron esperar los primeros resultados y, a las variedades conseguidas, Azanza las numeró y denominó combinando los nombres de ambos progenitores, obteniendo entre otras:
- Garzuelas: a partir de la hibridación de Garnacha con Mazuela
- Gartempras: a partir de la hibridación de Garnacha con Tempranillo
- Garbales: cruzando Garnacha con Bobal
Actualmente, asistimos de nuevo al resurgir de los programas de mejora de material vitícola a partir de la selección de individuos genéticamente dotados de algún atributo de interés.
En este artículo se repasa la historia de la hibridación en viticultura y se muestran los resultados de unos trabajos de prospección y recuperación de cepas antiguas, concretamente de Garzuelas, desarrollados por el Gobierno de Navarra e INTIA entre 2004 y 2015.