“Y así se pueden recoger frutos más abundantes, si se vuelve la tierra por sí, estercolándola frecuente, oportuna y moderadamente”. Esta cita procede del libro segundo de la obra Los doce libros de Agricultura que escribió Lucio Moderato Columela hacia el año 42 de la era cristiana. Esta práctica la han seguido agricultores y ganaderos desde tiempo inmemorial comprobando (conocimiento empírico) que, aportando los recursos orgánicos generados en las explotaciones ganaderas sobre los suelos agrícolas, mejoraban su estructura, su capacidad de retención de agua y su fertilidad, de modo que se mantenía, e incluso se incrementaba, su producción.
Actuando de esta forma los agricultores y ganaderos han sido, sin ser conscientes de ello, pioneros en seguir algunos de los principios básicos de la Economía Circular, ya que reutilizan en su proceso productivo un material que se genera dentro su actividad y que debe ser considerado como un recurso, no como un residuo, como a veces se empeñan en denominarlo algunas administraciones.
La sociedad actual está muy sensibilizada con la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y la lucha contra el cambio climático y esto le da una nueva perspectiva a la gestión de estiércoles y purines.
Su uso como fertilizante tiene como consecuencia, además de mantener la producción agrícola de los suelos sobre los que se aporta, la retención de carbono (secuestro de C) en esos suelos. En este artículo se presentan los resultados de dos experiencias llevadas a cabo en Navarra que ratifican y cuantifican estos planteamientos.